El Malestar en Tiempos de Pandemia.


Hace más o menos 90 años Freud, señalaba los puntos de imposible para el sujeto: el propio cuerpo, las fuerzas de la naturaleza y el vínculo social. En su ya célebre “El Malestar en La Cultura” da cuenta de estas tres fuentes irreductibles del sufrimiento humano.
Sin embargo, posmodernidad mediante, el sujeto contemporáneo, hijo del dios muerto, ha visto reparado y consolidado el narcisismo amenazado. Todo el dispositivo de ficciones tecnocientíficas, la cultura del individualismo, del self made men y las promesas de progreso infinito nos han dado la ilusión de que esas fuerzas hiperpotentes y amenazantes pueden ser sometidas y controladas definitivamente.
Así, toda la parafernalia científica, que promete vidas cada vez más largas, un desarrollo tecnológico vertiginoso y alucinante, bigs datas que parecen haber localizado el ser en un algoritmo y la expectativa de un crecimiento sin límites con respuestas a las preguntas que aún no hemos formulado, abonan ese sentido.
En medio de este oasis de complacencia imaginaria ha llegado un virus. Un real sin ley. Un organismo que ni siquiera se puede entender como vivo y que tan solo con la carga de unas pocas moléculas es capaz de poner patas para arriba el orden global.
El Covid 19 ha hackeado las ilusiones posmodernas: la ciencia llega tarde, la tecnología se cuelga, los estados no alcanzan y se muestran impotentes, el mercado sigue invisible para dar soluciones a la comunidad toda, el voluntarismo se muestra más inútil que de costumbre y la presencia del otro se transforma en una amenaza plausible para la vida.
Al tiempo, las muertes se computan a diario y sin pausa como los goles en un mundial del horror, nos vemos enfrentando a una rasgadura monumental del telón de nuestras confortables certezas y explicaciones. Estamos lanzados a un escenario que suma todas las letras de lo traumático y que pone sobre la mesa y de manera descarnada nuestra finitud e indefensión.
A este virus se lo llamó enemigo invisible (no porque no lo fuese). Nada peor. La angustia no puede localizarse, su objeto es elusivo, loco, inesperado y opaco a nuestra mirada (es él el que nos mira). Ya sabemos que la subjetividad del hablante contemporáneo no puede soportar por mucho tiempo la angustia, intenta por cualquier vía, a menudo las más peligrosas, arrancarle su certeza. Estamos amenazados y poco podemos saber desde dónde. Con terror constatamos como, y sobre todo en algunos lugares del globo, la amenaza se efectiviza llevándose la vida de decena de miles; asistimos a cuarentenas, seguro necesarias y fundamentales, pero agobiantes, nos vemos sumidos en la incertidumbre por la vida, los afectos, el trabajo y los bienes.
En este panorama no es de extrañar que, el ego intente restituir una homeostasis, algo que reordene, que alivie, o que al menos anestesie y adormezca, aunque torpe, y muchas veces también, peligrosamente.
Observamos entonces, discursos y expresiones de toda índole que dan cuenta de ese desesperado intento de reducir eso que no tiene sentido, que no entra en la maquinaria simbólica de nombres e imágenes, a algo un poco más controlable, localizable y tolerable.
Emergen así, distintas versiones del mecanismo de la renegación y desmentida vía la banalización de gripeciñas, el pensamiento mágico prometedor, o los conjuros espiritualistas y pseudocientificos que aseguran, por ejemplo, que tomando lavandina diluida o recitando cierto mantram nos libraremos de todo mal.
Por otro lado, se agolpan en la fila de la desesperación las distintas paranoias en sus versiones conspirativas intentando reducir y ubicar el mal en el Otro, un Otro omnipotente, omnisciente y oscuro: nuevo orden mundial, la conspiración de ciertos magnates, los laboratorios nazis enterrados en la Antártida o la avanzada asiático comunista pronta a expropiar nuestros bienes.
Otro el modo de respuesta particularmente peligroso es el que empuja inconfesamente a la destrucción como manera desesperada de terminar con el malestar, así no es extraño encontrar a quienes plantean la imprescindibilidad de mantener la maquinaria ya colapsada, produciendo a todo vapor cueste lo que cueste, o bien desde una romantización de la muerte o un individualismo letrado invitan a desafiar toda precaución y restricción y salir como una manera de darse sentido en la pandemia.
Tal vez, no sin angustias y pérdidas, este real nos traiga nuevos despertares. Ojalá sepamos hacer mejor con lo que no se puede hacer nada.

Gonzalo Grande


No, no, no. El virus no es ético.
El virus no diferencia si te consideras alguien espiritual, materialista, buena o mala persona. No distingue si tienes buenos o malos pensamientos. No te lo “agarras” en función de si meditas, rezas o te dedicas a la joda o al crimen.
El virus no discrimina a su portador por cuestiones simbólicas.
Hay una pandemia viral y es un hecho, aunque el miedo impida a algunos aceptarlo y se desplieguen todos los mecanismos renegadores para dar la ilusión de estar a salvo mágicamente.
Generalizar y plantearle al público que las defensas bajan o suben, que se va a enfermar o no, a partir de sus sentimientos o hábitos psíquicos o espirituales es imprudente y peligro. Se trata de una explicación sin fundamento. Al margen de que, nuestra vida anímica no necesariamente se puede gobernar a voluntad y una gran parte de ella permanece absolutamente inconsciente y desconocida para nosotros, aunque produzca poderosos efectos sobre cada quien.
Es cierto que de manera individual el cuerpo, en su dimensión orgánica, está relacionado con el estado anímico de la persona, pero una cosa es dar cuenta de articulaciones (que aún al día de hoy no pueden comprobarse ni fundarse con precisión) y otra muy distinta establecer una relación causal.
Es totalmente infundado argumentar que, si uno no tiene miedo, reza, medita o se “ilumina” va a estar a salvo de enfermar. Estamos en el territorio de la creencia mágica, del pensamiento medieval, o sencillamente ante un desbocado síntoma maníaco. Si no tener miedo o sentirse “iluminado” fuera la mejor vacuna, para este virus o cualquier otra enfermedad, bastaría con tomar estimulantes o drogas supresoras del miedo que te hagan sentir invulnerable. Claro que podrías sentirte así, aunque eso no va a evitar que la pared se vuelva blanda.

Malestar psíquico y voluntad



“¿Te creés fuerte? Ordena entonces al sueño que visite tus párpados en una noche de insomnio.”

 Illya Abu Madi 

El padecer psíquico, en las distintas versiones en que se presenta en cada quien, no se desactiva ni alivia necesariamente a voluntad. No es engrosando el ego o el yo como vendrá el alivio. No se trata de habilidades o competencias, no es un problema de falta de voluntad o inhabilidad. Acaso la voluntad pueda jugar un papel importante en poder disponerse a buscar la ayuda idónea para aliviarse y encontrar las causas de aquello por lo que se sufre. Pretender que alguien se alivie apelando a imperativos, ideales o protocolos de acción, por más maravillosos o seductores que parezcan, no solo que conduce a callejones sin salida, sino que inducen a un proceso de culpabilización e indignidad, que lejos de colaborar con la toma de responsabilidad por el propio padecer redunda, más de las veces, en perpetuar y agravar la situación.

El Psicoanálisis no enseña...

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En un psicoanálisis no se le dice a la persona que hacer, ni cuales decisiones le convienen.

Más bien, el analista con su presencia, escucha, y palabra acompaña al analizante a que descubra cómo tomo ciertas decisiones, (a veces conscientemente y otras veces no) en qué circunstancias y cómo significaron lo que lo está marcando en el aquí y ahora. Así, se da la posibilidad de que esa persona logre reencontrarse "consigo misma" y acceder a tomar otras decisiones, acaso mas en armonía con su sentir y su condición deseante.




Lic. Gonzalo Grande
Psicólogo
Coach ontológico Certificado


PSICOLOGÍA Y COACHING ONTOLÓGICO: ALGUNAS DIFERENCIAS Y SIMILITUDES

Esta breve nota toma como punto de partida cierta polémica que he observado en torno a la disciplina del Coaching Ontológico y la práctica clínica de la Psicología. A partir de esto es mi intención ofrecer algunas precisiones sobre estas prácticas y su salcances. Aclaro que lo que expreso se funda en mi formación y labor como psicólogo clínico y coach ontológico certificado y la perspectiva que he adquirido con respecto a dichas profesiones.
Como punto de partida, podemos decir que estas disciplinas o prácticas, en líneas generales, comparten un interés común sobre lo humano, vale decir que interrogan y observan los fenómenos y aspectos subjetivos de las personas, sus sentimientos y pensamientos, las formas de ser y de actuar, las maneras de relacionarse y de establecer lazos con los otros ya se trate en sus aspectos individuales o en sus conformaciones grupales. Así, podemos encontrar, ciertamente, que los distintos autores que se encolumnan en cada una de estas disciplinas pueden compartir o abrevar de profesiones conexas y de pensadores en común, tales como Heidegger o Nietzsche entre muchos otros. Al mismo tiempo cabe destacar que dichas profesiones comparten la importancia capital que le otorgan al lenguaje y la posibilidad de servirse de este para operar modificaciones en el sujeto.
Sin embargo, habrá que destacar que la psicología y el coaching ontológico difieren en su objeto específico de estudio y en los alcances y objetivos de su practica. 

Coaching Ontológico.


Creo pertinente, como primera cuestión, diferenciar al Coaching “a secas” del Coaching Ontológico. Si indagamos en el término Coach encontramos que es una expresión tomada de la lengua inglesa y que refiere al término de entrenador. Así el coaching “a secas”,  puede circular por un lugar más cercano al de la conducta, ofreciendo posibilidades de respuestas o modelos de acción, inclusive “recetas” de cómo realizar tal o cual cosa. Este es el caso del modelo de coaching que encontramos en el deporte o en muchos casos, en el ámbito empresarial o de negocios, es decir un guía que colabora, orienta y motiva en tal o cuál práctica.
Por otro lado podemos ubicar al Coaching Ontológico, que no se ocupa tanto de decir qué hacer ni cómo, si no que se fundamenta en la concepción que tiene del ser humano.
Lo ontológico refiere a las formas de ser de aquello que existe, en este sentido esta disciplina toma la interpretación heideggeriana que se preocupa por el ser ahí, por la constitución del ser en su existencia, en su devenir, es decir que indaga en cómo un ser deviene como tal.  Esta disciplina plantea que el ser humano se constituye en el lenguaje y que su “ser” deviene en el lenguaje y gracias a este. Así, considera que el ser humano es un ser de lenguaje, no solo porque posee lenguaje, sino más bien porque este lo posee a él, es decir que lo determina. De esta forma tiene en cuenta a las personas y su mundo no tanto en su aspecto material u “objetivo” sino como fenómenos de discursos, que en la jerga propia decimos conversaciones. Al mismo tiempo comprende que no hay una metafísica del ser, sino más bien se trata de un devenir, de una deriva, que articulan esta condición de “animal de lenguaje”  con las formas de actuar, y no solamente, ya que postula que no solo actuamos como somos sino que también, somos como actuamos, es decir que a partir de lo que hacemos y como lo hacemos nos vamos constituyendo, estableciéndose una dialéctica, una recursividad entre la acción y lo que vamos siendo. Esto implica que la disciplina va incidir en ese modo de ir siendo de las personas y no tanto en lo que hacen, es decir que va a incidir en su conversaciones internas y externas, en sus juicios, interpretaciones y al mismo tiempo la correspondencia que se establece entre su “aparato lingüístico”, sus estados de ánimo y emociones e inclusive su corporalidad. Así, es que de acuerdo a ese ir siendo de cada uno es que se define el umbral de acciones posible que se despliegan para esa persona y aún más ese ir siendo esta íntimamente ligado a su posición como observador, lo que quiere decir que de acuerdo a como observemos, como juzguemos e interpretemos el mundo y a nosotros mismos y nuestras problemáticas serán las posibilidades de respuesta y acción que tengamos disponibles. Entonces el Coach Ontológico interviene cuestionando creencias, juicios e interpretaciones que detiene al sujeto y no le permiten acceder a ciertos logros, proponiendo umbrales nuevos y habilitando reflexiones y acciones muchas veces inéditas y novedosas.
Ahora bien, es muy importante destacar que el Coaching, en cualquiera de sus vertientes, no es una práctica terapéutica y no puede presentarse como tal, ya que sus fundamentos y su marco epistemológico no son los de la psicología, el psicoanálisis o lo que podemos llamar la salud mental, y quienes ejercen como tales, salvo claro está, que cuenten además con la preparación como psicólogos, psicoanalistas o psiquiatras, no cuentan con la formación específica que requiere una práctica terapéutica en salud mental, labor que demanda un largo proceso de formación sumado a una intensa práctica, muy diferente de la que hace un Coach.
El Coaching, es una disciplina cuyo punto de partida no es el sufrimiento psíquico como puede serlo en la psicología, sino la búsqueda de resultados extraordinarios de sus aprendices. Encontramos así que es una práctica que colabora en el logro de las aspiraciones de las personas, propone maneras más eficaces de comunicarse, colabora en el alineamiento e integración de equipos de trabajo, facilita la toma de decisiones y sobre todo permite descubrir los puntos ciegos que inhabilitan posibilidades de accionar e ir siendo más efectivas, eficaces y plenas para cada persona o equipo de personas, tanto sea del ámbito laboral, familiar, artístico o deportivo, entre otras formas y contextos de agrupamientos.
Entonces vamos observando que el Coaching y la Psicología son propuestas distintas que no pueden homologarse. En todo caso advertimos que más que considerarlas desde un paradigma excluyente de “o esto o aquello”, podemos pensarlas como prácticas que pueden complementarse. De hecho muchas veces durante un proceso terapéutico conducido por un profesional de la salud mental un paciente se puede ver beneficiado por una intervención de coaching que a la postre podría resultar terapéutica.

Psicología y psicoanálisis.



Podemos postular que la psicología, al menos en su vertiente clínica, se ocupa del sufrimiento subjetivo, del padecer mental en sus distintas formas y no solo en proponerse alcanzar el logro de objetivos de sus pacientes, no busca que sus pacientes alcancen logros materiales o laborales como puede ser el objetivo en un proceso de coaching, sino el restablecimiento de la salud y armonía psíquica, lo cual obviamente, resulta en la capacidad para tomar mejores decisiones y accionar en pro de aquellas cosas que le importan a cada persona y por lo tanto puede redundar en alcanzar logros y un estado de mayor realización personal.
Quiero destacar que muy frecuentemente la labor terapéutica puede implicar un cuestionamiento de las aspiraciones u objetivos del paciente, no por irreverencia o un apetito de control sino para ofrecer la oportunidad de que el sujeto pueda reflexionar e indagarse sobre lo que quiere  permitiéndole acceder a sus coordenadas deseantes, distinguiéndolo de la  creencia de que tiene que cumplir con una demanda muchas veces instituida por su pertenencia familiar, cultural o profesional, de mandatos impuestos o adquiridos, y de supuestos ideales que antes que apuntar a la realización del sujeto lo constriñen y exigen una demanda de energía psíquica excesiva para alcanzarlo, que se traduce en padecer, estrés y malestar. Valga recordar que el logro de objetivos no necesariamente es igual a plenitud subjetiva. A la vez, como venimos planteando, la práctica clínica de la psicología parte de edificios teóricos y epistemológicos específicos que dan cuenta de su práctica y cuenta con dispositivos de intervención específicamente definidos de acuerdo a cada caso.
Es importante aclarar que cuando hablamos de “la psicología” estamos agrupando una cantidad de orientaciones teóricas y prácticas que pueden resultar muy diferentes entre sí. Así encontramos un amplio abanico de perspectivas teórico prácticas, y que, no sin reduccionismos podemos distinguir en 2 grandes grupos, aquellas que se ocupan de lo que Freud llamaba el yo o la consciencia y las que se ocupan o tiene en cuenta al inconsciente.
En el primer grupo podemos encontrar las versiones conductistas, que efectivamente se ocupan de la conducta de las personas y pueden dar “recetas” o recomendaciones y que se basan, a grandes razgos, en la idea de estimulo respuesta. Encontramos también las versiones que se fundamentan en el cognitivismo, que dicho sea de paso pueden encontrar similitudes a la fundamentación del coaching, ya que se basan en reflexionar en cómo conocemos lo que conocemos y cómo pensamos lo que pensamos, lo que determina procesos psíquicos y se traduce en modos de obrar, proceder, vivenciar y sentir la experiencia vital.  También encontramos, orientaciones humanistas, sistémicas, existencialistas y un amplio abanico de matices en cada caso, que sería demasiado extenso detallar.
En el segundo grupo podemos ubicar al psicoanálisis, que básicamente difiere de las orientaciones anteriores porque su marco conceptual y su praxis albergan la existencia-invención del inconsciente, fundamentado principalmente en los descubrimientos clínicos y teorizaciones de Sigmund Freud. A partir de allí, y dentro de esta orientación podemos encontrar a su vez diferentes escuelas o maneras de entender al psicoanálisis, al inconsciente y la práctica clínica. En este sentido podemos nombrar a las orientaciones llamadas postfreudianas, que encuentran fundamentos en la labor de Anna Freud, Melanie Klein, Alfred Adler o Gustav Jung, entre otros. Cada uno de estos desarrollando su propia escuela con sus correspondientes fundamentos teóricos y lectura singular del inconsciente y su abordaje clínico. Mención aparte y dentro del gran universo del psicoanálisis encontramos a las orientaciones lacanianas, que se fundamentan en la lectura que realiza Jaques Lacan de la obra de Freud. Para esta orientación, su objeto de estudio será el sujeto del inconsciente, ya no la persona o el yo, e inclusive la concepción que tiene del inconsciente puede entenderse de distinta manera que otras orientaciones psicoanalíticas, proponiendo que este, antes que un una especie de submundo plagado de imágenes, sentimientos y sentidos, es una superficie que se revela en el devenir discursivo del hablante a partir de su encadenamiento de significantes, digamos en sus palabras, las cuales no valen por sí mismas si no que solo encuentra significación en la manera en que se asocian o articulan entre sí, dando lugar a lo que llamamos efectos de significación, significación que más allá del uso compartido encuentra una singularidad y una relevancia específica en cada sujeto y que a la vez ese interjuego de significantes permiten acceder a la posición del sujeto, a las “palabras” que lo nombran, articulan y retienen. Esto implica una especificidad no solo teórica sino también práctica, re articulando los conceptos de Freud y proponiendo una perspectiva renovada y a la vez “clásica” ya que se plantea un “retorno a Freud” que se sostiene en los conceptos fundamentales aportados por este último. Aquí podemos encontrar que su práctica otorga una importancia capital a lo que llamamos “transferencia”, la cual implica al despliegue de la realidad inconsciente en el contexto del dispositivo psicoanalítico, lo que permite acceder y revelar los modos en que el sujeto “estructura”, su relación al lenguaje y por tanto su psiquismo, y su mundo. Al mismo tiempo la transferencia permite escenificar la manera en que el paciente o analizante siente, ama u odia, la forma en que encuentra su satisfacción y a la vez su modo singular de padecer, lo que podemos homologar, no sin reduccionismos, a lo que se conoce en la jerga propia de esta escuela como “goce” es decir aquella satisfacción que al mismo tiempo es experimentada por el yo como  displacer, como “un penar de más”. Se trata de una satisfacción que la persona no vive como tal, sino como sufrimiento. Esto implica en la práctica una escucha particular por parte del analista que busca revelar la elección inconsciente del sujeto en cuanto a su modalidad de goce, en términos más precisos la manera en que el sujeto encuentra su satisfacción pulsional.
Lacan dirá: “el psicoanálisis tampoco es una fe y no me gusta llamarlo ciencia, digamos que es una práctica y que se ocupa de lo que no anda bien”.  Así, esta práctica a lo largo del recorrido, no solo se ocupará del tratamiento de los síntomas y del consiguiente alivio subjetivo, sino que también un análisis permite ir revelando la posición singular en que cada uno se ubica con respecto al mundo. Vale decir en la forma en cómo cada uno se subjetiva y encuentra su lugar, un lugar al que llega, muchas veces no sin padecer.
Este lugar, esta posición, implica una suerte de “filtro” a través del cual cada uno comprende y se interpreta a sí mismo, a su experiencia y su relación con los otros y el mundo, lo cual de  cierta forma va trazando el propio destino.
El desvelamiento de estas particularidades posibilitan advertirse, darse cuenta de dichas maneras, de los lugares recurrentes en lo que uno se ubica, de la “tendencia” a ubicarse de tal o cual forma singular y en consecuencia valorar, sentir y significar la experiencia vital y sus vicisitudes. Esta advertimiento implica la posibilidad de elegir o reelegir el modo de posicionarse frente a estas modalidades y la contingencia misma que implica el vivir, lo cual se traduce como cambio de posición subjetiva.
De tal manera, este proceso alumbra así a una forma inédita y singularísima de saber hacer con el propio deseo, con el placer y también con el padecer y en este último caso, acotándolo al mismo tiempo que articulándolo con maneras más creativas y novedosas. Lo cual implica una responsabilidad más cabal, que inscribe un mayor grado de bienestar y satisfacción personal augurando un sujeto ético, es decir un sujeto que deja de echar culpas y comprende su responsabilidad en lo que le pasa, responsabilidad que al mismo tiempo le devuelve el poder o la capacidad para operar transformaciones, posibilitando umbrales desiderativos y experienciales más plenos y satisfactorios.  
Como podemos observar a lo largo de esta apretada síntesis,  se hace necesario evitar el apresuramiento y la excesiva simplificación colocando a estas disciplinas mencionadas en un pie de igualdad ya que, como vimos, sus fundamentos, su marco epistemológico, su objeto de estudio y su práctica son diferentes. De hacerlo se corre el riesgo, no solo de pervertir lo fundamental de cada práctica, sino lo que es más grave, pensar que se ocupan de la misma cosa y alguien que necesite ayuda psicológica, no solo no encuentre el adecuado contexto para su tratamiento, sino que se expone a la iatrogenia, es decir a perjudicarse con aquello que se supone tiene el objeto de “ayudarlo”.   

Lic. Gonzalo Grande
Psicólogo
Coach ontológico Certificado


SER FELIZ, ¿UNA OBLIGACIÓN, O UNA OPORTUNIDAD?

Cuando de tan preocupados por ser felices, nos volvemos infelices…

Esta frase me permite reflexionar sobre un tema tan vasto como la felicidad, Sobre ella se han expresado la filosofía, las distintas religiones, la psicología y los místicos, entre otras muchas y valiosas voces. En estas breves líneas, no pretendo, ni puedo, agotar el tema, tan solo proponernos pensar sobre, lo que juzgo como cierta tendencia actual. Esta tendencia la observo expresada en una especie de “urgencia por la felicidad”, por lograrlo todo, sin premuras, sin riesgos y sin incomodidades. Esta tendencia se presenta como un impulso, como un deber, casi un mandato: “debes ser feliz” y  “ahora”.
No es que este mal o sea impropio querer la felicidad y obrar para alcanzarla, claro que no. No se trata de una apología a la melancolía. El problema es cuando la felicidad, la plenitud, se vuelven un mandato, cuando sentimos que la noble aspiración humana al bienestar se ha vuelto un imperativo, una carga. No  importa cómo, en ese mismo momento, cuando la felicidad y el bienestar se tornan un deber y una exigencia, es cuando esa búsqueda empieza a sernos fatigosa, en ese momento es cuando paradójicamente nos alejamos de ese estado, ese agalma se nos torna elusivo, y pienso: ¿no será que estamos considerando a la felicidad como un objeto?, ¿Cómo si fuera un llamativo collar que adquirimos y podemos portar?, ¿como algo que podemos consumir o comprar? Así; este imperativo transformado en una  carga, finalmente lejos de acercarnos a ese estado de dicha nos aleja de él, nos estresa, nos vuelve taciturnos, amargados o nos frustra y resiente de impaciencia. Y me pregunto ¿en todo caso, no será que la felicidad no es tanto un objeto a conseguir, como un estado del alma? Al considerar a la felicidad como un objeto, estamos enfrentados a la dualidad poseer-perder, ganar-fracasar. Desde esa perspectiva, estamos en una actitud “combativa”, pelándonos con todo aquello que suponemos nos aleja de la plenitud. Nos tornamos descorteces con lo que nos pasa y con nuestros estados de ánimo. No permitimos los matices y las sombras que son también experiencias importantes para el alma. Nos obligamos a estar “pum para arriba”, despreciamos el devenir que nos propone el día a día para cumplir, para llegar, para consumir, esa prometida y exigida felicidad. Pero tal vez la dicha, la felicidad, acaso sea más una síntesis entre la posibilidad de poseer y la posibilidad de soltar, un encuentro entre la alegría por lo que es y la reconciliación con lo que no es, un estado paradójicamente que tiene mucho que ver con la aceptación del vacío. La felicidad, la plenitud, tal vez entonces, nos acaezca cuando soltamos el resultado, cuando podemos estar en paz con lo que es y con lo que hacemos, cuando podemos aceptar incondicionalmente quienes somos, nuestra circunstancia y a los otros tanto en lo que tienen de luz como de sombra. 
Como vemos, es algo que nadie nos puede imponer, algo que no nos podemos obligar, es algo que tan solo nos sucede, o nos va sucediendo, o mejor aun, cuando permitimos que nos ocurra. Y tal vez, nos suceda en el mismo momento en que nos permitimos soltar la compulsión a ese imperativo, y simplemente nos dejamos ser..®






LA SENDA DE LA CONSCIENCIA ¿CELEBRACIÓN O AUTOPUNICIÓN?


Iniciar o transitar un camino de desarrollo personal y logro implica que seguramente confrontaremos con potencialidades y debilidades, con zonas “ciegas” y de sombras. A veces cosas que no sabemos y otras veces cosa que sabemos pero hemos olvidado ya que nos resultan dolorosas o bien incompatibles con quien queremos ser, ya sea según algún aspecto de nuestra personalidad o, según algún mandato que heredamos.
Transitar la senda de quien uno es reflexivamente es hacer visibles fortalezas, posibilidades, dones y potencialidades que hasta ese momento no habíamos observado. Es probable también, que aparezcan cuestiones que, para bien o para mal, revelen contradicciones entre quien decimos que somos y quienes vamos siendo con nuestras acciones y nuestros sentimientos, invitándonos a producir nuevas coherencias más plenas y satisfactorias. También, descubrimos emocionalidades que se presentan como obstáculos a la concreción de las cosas que nos importan, y que podemos juzgar muchas veces como “incómodas o negativas”, (que dicho sea de paso al juzgarlas así dificultamos el acceso a ellas) tales como el miedo, la resignación, el enojo, los celos o la envidia y el resentimiento; y seguramente también, descubramos aspectos y tendencias de nuestra corporalidad que hacen coherencia con esos estados del ser.

Conocerse a sí mismo, emprender un proceso de desarrollo, de logro y expansión personal implica tomar consciencia, darse cuenta de aspectos de uno mismo desconocidos y poderosos y a la vez producir miradas nuevas sobre uno mismo y sobre los contextos en donde participamos.

Ahora bien, este “darse cuenta” implica una posibilidad de sumar y engrandecer quien uno es, sin embargo, muchas veces vivimos estas revelaciones con culpa, ya que nos acusamos de no haberlo sabido antes, nos señalamos por no haber sido conscientes, por ejemplo, de alguna tendencia limitante de nuestro potencial, o bien, nos reprochamos por haber actuado de manera “errónea” en algún dominio de nuestra vida, sea en nuestro trabajo, con nuestra pareja, con los hijos, o con nosotros mismos; o simplemente nos invalidamos porque ahora sabemos nuestra participación y responsabilidad en los juegos que jugamos con otros y que nos resultan insatisfactorios.
Me gustaría traer aquí el símbolo de la espada como representación imaginaria de la consciencia, del acto mismo de “darse cuenta” y de revelarse a sí mismo. Esta espada, es capaz de cortar el velo de la ceguera, de mostrarnos los caminos que permanecían ocultos, la espada libera del temor que nos impide ver y aparta la inercia que nos deja haciendo siempre lo mismo. La espada nos revela nuestra manera de percibir el mundo y a nosotros mismos para ofrecernos la posibilidad de producir nuevas y poderosas interpretaciones y visiones. Ahora bien, muchas veces nos ocurre que ese poderoso filo de la espada, lo usamos para lastimarnos a nosotros mismos, para autoinfringirnos dolor, reconocible como autoreproche, queja, culpa o punición. Son esos momentos que comenzamos con cataratas de juicios invalidantes sobre nosotros mismos que no aportan nada más que una merma en nuestra estima y valor, y que nos retraen a la inacción y al dolor.
Desde mi perspectiva, cuando actuamos así, nos negamos a nosotros mismos el concedernos el rol de aprendiz y desconocemos el coraje que implicó salir de las zonas de confort para conquistar espacios de mayor expresión y expansión personal. A la vez que nos desconectamos de la alegría que implica descubrir lo que nos impedía conquistar un logro.
El revelar nuestros puntos ciegos no está al servicio de que ejerzamos la crueldad con nosotros mismos (mucho menos con otros). Como aprendices necesitamos estar atentos a no lastimarnos, a darnos cuenta que el “darnos cuenta” tiene por objeto la apertura de territorios de posibilidad y aprendizaje. Es una oportunidad para desarrollar el entusiasmo por el crecimiento obtenido y para celebrar porque la consciencia implica la capacidad de poder, es decir, la posibilidad cierta de la acción efectiva. Así, la amorosidad se presenta como un valor principal y fundacional para acompañarnos en nuestros procesos, la amorosidad que implica la aceptación y legitimación incondicional de quienes vamos siendo y el cuidado por nosotros mismos al confrontar con nuestras zonas desconocidas o dolorosas.
Así, entonces, el “darse cuenta” nos invita a preguntarnos: ¿qué actitud voy a tomar con el nuevo conocimiento o perspectiva que he adquirido? Podré elegir el camino, de la crueldad, la crítica y la exigencia conmigo mismo, camino que por otra parte me conduce a la inacción; o bien, tomar la senda de la observación amorosa de mi dignidad de aprendiz en el vivir y habilitarme el entusiasmo con lo que se me está revelando, ya que lo descubierto, como un tesoro para el buscador, me permite hacer los corrimientos necesarios y diseñar las acciones adecuadas para lograr conquistar mayores espacios de plenitud y logro, lo que se traduce en una serena alegría de quien uno es y lo que puede alcanzar. ®
Gonzalo Grande

LA SOMBRA ¿UN VIAJE TEMIDO O UN SALTO A NUESTRAS POSIBILIDADES?


Muchas veces nos proponemos ciertas cosas, objetivos, planes, metas, pero con el tiempo vemos que aquello que nos importa parece hacerse más lejano y difícil.
Queremos mejorar en nuestro trabajo pero nuestras tendencias parecen llevarnos hacia otro lado. Deseamos sentirnos más plenos y felices, pero nos descubrimos ansiosos y con amargura. Buscamos éxito material y nos encontramos en el mismo punto de partida contando las monedas. Nos decimos, esta vez superaré los problemas con mi pareja, o conseguiré una y sin embargo no logramos el anhelo.
Así, va pasando el tiempo y frente a estas situaciones, es común que nos sintamos frustrados, desanimados, impotentes y hasta algunas veces desistamos echando culpas a nuestros semejantes, al jefe, a la pareja, a nuestros padres, al país, y lo peor, nos culpamos a nosotros mismos, con lo cual cerramos el circulo buscando algún castigo, que muchas veces implica conductas que nos alejan cada vez más de aquello que soñamos, porque ya sabemos, toda culpa busca un castigo.
En esos momentos es cuando surge la posibilidad de interrogarnos sincera y amorosamente: ¿Cómo es que me ocurre lo que ocurre? ¿Para qué sucede? ¿Dónde está la traba que no me permite acceder al logro? Y las preguntas tienen una virtud, nos ayudan a buscar, son las brújulas del navegante de la consciencia, nos enfrentan con lo que no sabemos, o mejor dicho nos abren el espacio para darnos cuenta de lo que no sabemos que sabemos, nos conectan con esa dimensión de nuestro ser que sabe, que está ahí, que late y se expresa pero de la cual nos cuesta anoticiarnos.
Carl Gustav Jung, el genial psiquiatra suizo, pensaba que todo lo que no se hace consciente, se manifiesta en nuestras vidas como destino y así, es probable entonces que aquellas trabas que se interponen entre nuestras aspiraciones y el logro de ellas tenga que ver con lo que desconocemos de nosotros mismos y eso que desconocemos “nos actúa” en transparencia, mueve los hilos de nuestras acciones sin siquiera darnos cuenta que esto ocurre. El Dr. Ronald D. Laing lo expresa del siguiente modo: “El rango de lo que pensamos y hacemos está limitado por aquello de lo que no nos damos cuenta. Y es precisamente el hecho de no darnos cuenta de que no nos damos cuenta, lo que impide que podamos hacer algo para cambiarlo. Hasta no darnos cuenta de que no nos damos cuenta seguirá moldeando nuestro pensamiento y nuestra acción”. A este “otro yo” este espacio donde se acumula el saber no sabido Jung lo llamaba Sombra y lo identificaba a un arquetipo del inconsciente colectivo humano, es decir una instancia, que en tanto humanos compartimos con toda la humanidad, algo similar a lo que Freud podía llamar inconsciente.
El gran viaje comienza entonces por adentrarse en las sombra, muñirse de la luz de nuestra consciencia y con paso decidido y amoroso explorar ese mundo ignoto que somos nosotros mismos. Y la idea tal vez nos asuste porque pensamos, creemos, que en este viaje solo encontraremos zonas reprochables, deseos repudiados, comportamientos infantiles. Y tal vez sea cierto que nos encontremos con heridas para sanar, pero la buena noticia es que ese lugar llamado nuestra sombra es una bodega de potencialidades, de energía vital y de poder, allí encontramos nuestra creatividad, nuestra potencia, nuestros aspectos más singulares y preciosos, la inspiración y respuestas a preguntas que hasta ahora ni siquiera nos animábamos a formularnos.
Es así que transitando estos espacios reprimidos u olvidados de nosotros mismos encontramos las trabas que detenían nuestro desarrollo y nos integramos con aspectos posibilitadores que nos permiten desde una nueva manera de ir siendo en la vida el logro de nuestras potencialidades y aspiraciones.
Gonzalo Grande