LA SENDA DE LA CONSCIENCIA ¿CELEBRACIÓN O AUTOPUNICIÓN?


Iniciar o transitar un camino de desarrollo personal y logro implica que seguramente confrontaremos con potencialidades y debilidades, con zonas “ciegas” y de sombras. A veces cosas que no sabemos y otras veces cosa que sabemos pero hemos olvidado ya que nos resultan dolorosas o bien incompatibles con quien queremos ser, ya sea según algún aspecto de nuestra personalidad o, según algún mandato que heredamos.
Transitar la senda de quien uno es reflexivamente es hacer visibles fortalezas, posibilidades, dones y potencialidades que hasta ese momento no habíamos observado. Es probable también, que aparezcan cuestiones que, para bien o para mal, revelen contradicciones entre quien decimos que somos y quienes vamos siendo con nuestras acciones y nuestros sentimientos, invitándonos a producir nuevas coherencias más plenas y satisfactorias. También, descubrimos emocionalidades que se presentan como obstáculos a la concreción de las cosas que nos importan, y que podemos juzgar muchas veces como “incómodas o negativas”, (que dicho sea de paso al juzgarlas así dificultamos el acceso a ellas) tales como el miedo, la resignación, el enojo, los celos o la envidia y el resentimiento; y seguramente también, descubramos aspectos y tendencias de nuestra corporalidad que hacen coherencia con esos estados del ser.

Conocerse a sí mismo, emprender un proceso de desarrollo, de logro y expansión personal implica tomar consciencia, darse cuenta de aspectos de uno mismo desconocidos y poderosos y a la vez producir miradas nuevas sobre uno mismo y sobre los contextos en donde participamos.

Ahora bien, este “darse cuenta” implica una posibilidad de sumar y engrandecer quien uno es, sin embargo, muchas veces vivimos estas revelaciones con culpa, ya que nos acusamos de no haberlo sabido antes, nos señalamos por no haber sido conscientes, por ejemplo, de alguna tendencia limitante de nuestro potencial, o bien, nos reprochamos por haber actuado de manera “errónea” en algún dominio de nuestra vida, sea en nuestro trabajo, con nuestra pareja, con los hijos, o con nosotros mismos; o simplemente nos invalidamos porque ahora sabemos nuestra participación y responsabilidad en los juegos que jugamos con otros y que nos resultan insatisfactorios.
Me gustaría traer aquí el símbolo de la espada como representación imaginaria de la consciencia, del acto mismo de “darse cuenta” y de revelarse a sí mismo. Esta espada, es capaz de cortar el velo de la ceguera, de mostrarnos los caminos que permanecían ocultos, la espada libera del temor que nos impide ver y aparta la inercia que nos deja haciendo siempre lo mismo. La espada nos revela nuestra manera de percibir el mundo y a nosotros mismos para ofrecernos la posibilidad de producir nuevas y poderosas interpretaciones y visiones. Ahora bien, muchas veces nos ocurre que ese poderoso filo de la espada, lo usamos para lastimarnos a nosotros mismos, para autoinfringirnos dolor, reconocible como autoreproche, queja, culpa o punición. Son esos momentos que comenzamos con cataratas de juicios invalidantes sobre nosotros mismos que no aportan nada más que una merma en nuestra estima y valor, y que nos retraen a la inacción y al dolor.
Desde mi perspectiva, cuando actuamos así, nos negamos a nosotros mismos el concedernos el rol de aprendiz y desconocemos el coraje que implicó salir de las zonas de confort para conquistar espacios de mayor expresión y expansión personal. A la vez que nos desconectamos de la alegría que implica descubrir lo que nos impedía conquistar un logro.
El revelar nuestros puntos ciegos no está al servicio de que ejerzamos la crueldad con nosotros mismos (mucho menos con otros). Como aprendices necesitamos estar atentos a no lastimarnos, a darnos cuenta que el “darnos cuenta” tiene por objeto la apertura de territorios de posibilidad y aprendizaje. Es una oportunidad para desarrollar el entusiasmo por el crecimiento obtenido y para celebrar porque la consciencia implica la capacidad de poder, es decir, la posibilidad cierta de la acción efectiva. Así, la amorosidad se presenta como un valor principal y fundacional para acompañarnos en nuestros procesos, la amorosidad que implica la aceptación y legitimación incondicional de quienes vamos siendo y el cuidado por nosotros mismos al confrontar con nuestras zonas desconocidas o dolorosas.
Así, entonces, el “darse cuenta” nos invita a preguntarnos: ¿qué actitud voy a tomar con el nuevo conocimiento o perspectiva que he adquirido? Podré elegir el camino, de la crueldad, la crítica y la exigencia conmigo mismo, camino que por otra parte me conduce a la inacción; o bien, tomar la senda de la observación amorosa de mi dignidad de aprendiz en el vivir y habilitarme el entusiasmo con lo que se me está revelando, ya que lo descubierto, como un tesoro para el buscador, me permite hacer los corrimientos necesarios y diseñar las acciones adecuadas para lograr conquistar mayores espacios de plenitud y logro, lo que se traduce en una serena alegría de quien uno es y lo que puede alcanzar. ®
Gonzalo Grande