Esta breve nota
toma como punto de partida cierta polémica que he observado en torno a la
disciplina del Coaching Ontológico y la práctica clínica de la Psicología. A
partir de esto es mi intención ofrecer algunas precisiones sobre estas
prácticas y su salcances. Aclaro que lo que expreso se funda en mi formación y
labor como psicólogo clínico y coach ontológico certificado y la perspectiva
que he adquirido con respecto a dichas profesiones.
Como punto de
partida, podemos decir que estas disciplinas o prácticas, en líneas generales,
comparten un interés común sobre lo humano, vale decir que interrogan y observan los fenómenos y aspectos subjetivos de las personas, sus sentimientos y pensamientos, las formas de ser y de actuar, las maneras de relacionarse y de establecer lazos con los otros ya se trate en sus aspectos individuales o en sus conformaciones grupales. Así, podemos encontrar, ciertamente, que los distintos autores que se encolumnan en cada una de estas disciplinas pueden compartir o abrevar de profesiones conexas y de pensadores en común, tales como Heidegger o Nietzsche entre muchos otros. Al mismo tiempo cabe destacar que dichas profesiones comparten la importancia capital que le otorgan al lenguaje y la posibilidad de servirse de este para operar modificaciones en el sujeto.
Sin
embargo, habrá que destacar que la psicología y el coaching ontológico difieren en su objeto específico de estudio y en los alcances y objetivos de su practica.
Coaching Ontológico.
Creo pertinente, como
primera cuestión, diferenciar al Coaching “a secas” del Coaching Ontológico. Si
indagamos en el término Coach encontramos que es una expresión tomada de la
lengua inglesa y que refiere al término de entrenador. Así el coaching “a
secas”, puede circular por un lugar más
cercano al de la conducta, ofreciendo posibilidades de respuestas o modelos de
acción, inclusive “recetas” de cómo realizar tal o cual cosa. Este es el caso
del modelo de coaching que encontramos en el deporte o en muchos casos, en el
ámbito empresarial o de negocios, es decir un guía que colabora, orienta y
motiva en tal o cuál práctica.
Por otro lado
podemos ubicar al Coaching Ontológico, que no se ocupa tanto de decir qué hacer
ni cómo, si no que se fundamenta en la concepción que tiene del ser humano.
Lo ontológico
refiere a las formas de ser de aquello que existe, en este sentido esta
disciplina toma la interpretación heideggeriana
que se preocupa por el ser ahí, por la constitución del ser en su existencia,
en su devenir, es decir que indaga en cómo un ser deviene como tal. Esta disciplina plantea que el ser humano se
constituye en el lenguaje y que su “ser” deviene en el lenguaje y gracias a
este. Así, considera que el ser humano es un ser de lenguaje, no solo porque
posee lenguaje, sino más bien porque este lo posee a él, es decir que lo
determina. De esta forma tiene en cuenta a las personas y su mundo no tanto en
su aspecto material u “objetivo” sino como fenómenos de discursos, que en la jerga propia decimos conversaciones. Al mismo tiempo comprende que no hay una
metafísica del ser, sino más bien se trata de un devenir, de una deriva, que
articulan esta condición de “animal de lenguaje” con las formas de actuar, y no solamente, ya
que postula que no solo actuamos como somos sino que también, somos como
actuamos, es decir que a partir de lo que hacemos y como lo hacemos nos vamos
constituyendo, estableciéndose una dialéctica, una recursividad entre la acción
y lo que vamos siendo. Esto implica que la disciplina va incidir en ese modo de
ir siendo de las personas y no tanto en lo que hacen, es decir que va a incidir
en su conversaciones internas y externas, en sus juicios, interpretaciones y al
mismo tiempo la correspondencia que se establece entre su “aparato lingüístico”,
sus estados de ánimo y emociones e inclusive su corporalidad. Así, es que de
acuerdo a ese ir siendo de cada uno es que se define el umbral de acciones
posible que se despliegan para esa persona y aún más ese ir siendo esta íntimamente
ligado a su posición como observador, lo que quiere decir que de acuerdo a como
observemos, como juzguemos e interpretemos el mundo y a nosotros mismos y
nuestras problemáticas serán las posibilidades de respuesta y acción que tengamos
disponibles. Entonces el Coach Ontológico interviene cuestionando creencias,
juicios e interpretaciones que detiene al sujeto y no le permiten acceder a
ciertos logros, proponiendo umbrales nuevos y habilitando reflexiones y
acciones muchas veces inéditas y novedosas.
Ahora bien, es muy
importante destacar que el Coaching, en cualquiera de sus vertientes, no es una
práctica terapéutica y no puede presentarse como tal, ya que sus fundamentos y
su marco epistemológico no son los de la psicología, el psicoanálisis o lo que
podemos llamar la salud mental, y quienes ejercen como tales, salvo claro está,
que cuenten además con la preparación como psicólogos, psicoanalistas o
psiquiatras, no cuentan con la formación específica que requiere una práctica
terapéutica en salud mental, labor que demanda un largo proceso de formación
sumado a una intensa práctica, muy diferente de la que hace un Coach.
El Coaching, es una
disciplina cuyo punto de partida no es el sufrimiento psíquico como puede serlo
en la psicología, sino la búsqueda de resultados extraordinarios de sus
aprendices. Encontramos así que es una práctica que colabora en el logro de las
aspiraciones de las personas, propone maneras más eficaces de comunicarse,
colabora en el alineamiento e integración de equipos de trabajo, facilita la
toma de decisiones y sobre todo permite descubrir los puntos ciegos que
inhabilitan posibilidades de accionar e ir siendo más efectivas, eficaces y plenas
para cada persona o equipo de personas, tanto sea del ámbito laboral, familiar,
artístico o deportivo, entre otras formas y contextos de agrupamientos.
Entonces vamos
observando que el Coaching y la Psicología son propuestas distintas que no
pueden homologarse. En todo caso advertimos que más que considerarlas desde un paradigma
excluyente de “o esto o aquello”, podemos pensarlas como prácticas que pueden
complementarse. De hecho muchas veces durante un proceso terapéutico conducido por
un profesional de la salud mental un paciente se puede ver beneficiado por una
intervención de coaching que a la postre podría resultar terapéutica.
Psicología y psicoanálisis.
Podemos postular
que la psicología, al menos en su vertiente clínica, se ocupa del sufrimiento
subjetivo, del padecer mental en sus distintas formas y no solo en proponerse
alcanzar el logro de objetivos de sus pacientes, no busca que sus pacientes
alcancen logros materiales o laborales como puede ser el objetivo en un proceso
de coaching, sino el restablecimiento de la salud y armonía psíquica, lo cual
obviamente, resulta en la capacidad para tomar mejores decisiones y accionar en
pro de aquellas cosas que le importan a cada persona y por lo tanto puede
redundar en alcanzar logros y un estado de mayor realización personal.
Quiero destacar que
muy frecuentemente la labor terapéutica puede implicar un cuestionamiento de las
aspiraciones u objetivos del paciente, no por irreverencia o un apetito de
control sino para ofrecer la oportunidad de que el sujeto pueda reflexionar e
indagarse sobre lo que quiere permitiéndole
acceder a sus coordenadas deseantes, distinguiéndolo de la creencia de que tiene que cumplir con una
demanda muchas veces instituida por su pertenencia familiar, cultural o
profesional, de mandatos impuestos o adquiridos, y de supuestos ideales que
antes que apuntar a la realización del sujeto lo constriñen y exigen una
demanda de energía psíquica excesiva para alcanzarlo, que se traduce en
padecer, estrés y malestar. Valga recordar que el logro de objetivos no
necesariamente es igual a plenitud subjetiva. A la vez, como venimos
planteando, la práctica clínica de la psicología parte de edificios teóricos y epistemológicos
específicos que dan cuenta de su práctica y cuenta con dispositivos de
intervención específicamente definidos de acuerdo a cada caso.
Es importante
aclarar que cuando hablamos de “la psicología” estamos agrupando una cantidad
de orientaciones teóricas y prácticas que pueden resultar muy diferentes entre
sí. Así encontramos un amplio abanico de perspectivas teórico prácticas, y que,
no sin reduccionismos podemos distinguir en 2 grandes grupos, aquellas que se
ocupan de lo que Freud llamaba el yo o la consciencia y las que se ocupan o
tiene en cuenta al inconsciente.
En el primer grupo
podemos encontrar las versiones conductistas, que efectivamente se ocupan de la
conducta de las personas y pueden dar “recetas” o recomendaciones y que se
basan, a grandes razgos, en la idea de estimulo respuesta. Encontramos también
las versiones que se fundamentan en el cognitivismo, que dicho sea de paso
pueden encontrar similitudes a la fundamentación del coaching, ya que se basan
en reflexionar en cómo conocemos lo que conocemos y cómo pensamos lo que
pensamos, lo que determina procesos psíquicos y se traduce en modos de obrar,
proceder, vivenciar y sentir la experiencia vital. También encontramos, orientaciones humanistas,
sistémicas, existencialistas y un amplio abanico de matices en cada caso, que
sería demasiado extenso detallar.
En el segundo grupo
podemos ubicar al psicoanálisis, que básicamente difiere de las orientaciones
anteriores porque su marco conceptual y su praxis albergan la existencia-invención
del inconsciente, fundamentado principalmente en los descubrimientos clínicos y
teorizaciones de Sigmund Freud. A partir de allí, y dentro de esta orientación
podemos encontrar a su vez diferentes escuelas o maneras de entender al
psicoanálisis, al inconsciente y la práctica clínica. En este sentido podemos
nombrar a las orientaciones llamadas postfreudianas, que encuentran fundamentos
en la labor de Anna Freud, Melanie Klein, Alfred Adler o Gustav Jung, entre
otros. Cada uno de estos desarrollando su propia escuela con sus
correspondientes fundamentos teóricos y lectura singular del inconsciente y su
abordaje clínico. Mención aparte y dentro del gran universo del psicoanálisis
encontramos a las orientaciones lacanianas, que se fundamentan en la lectura
que realiza Jaques Lacan de la obra de Freud. Para esta orientación, su objeto
de estudio será el sujeto del inconsciente, ya no la persona o el yo, e
inclusive la concepción que tiene del inconsciente puede entenderse de distinta
manera que otras orientaciones psicoanalíticas, proponiendo que este, antes que
un una especie de submundo plagado de imágenes, sentimientos y sentidos, es una
superficie que se revela en el devenir discursivo del hablante a partir de su
encadenamiento de significantes, digamos en sus palabras, las cuales no valen
por sí mismas si no que solo encuentra significación en la manera en que se
asocian o articulan entre sí, dando lugar a lo que llamamos efectos de
significación, significación que más allá del uso compartido encuentra una
singularidad y una relevancia específica en cada sujeto y que a la vez ese
interjuego de significantes permiten acceder a la posición del sujeto, a las
“palabras” que lo nombran, articulan y retienen. Esto implica una especificidad
no solo teórica sino también práctica, re articulando los conceptos de Freud y
proponiendo una perspectiva renovada y a la vez “clásica” ya que se plantea un
“retorno a Freud” que se sostiene en los conceptos fundamentales aportados por
este último. Aquí podemos encontrar que su práctica otorga una importancia
capital a lo que llamamos “transferencia”, la cual implica al despliegue de la
realidad inconsciente en el contexto del dispositivo psicoanalítico, lo que
permite acceder y revelar los modos en que el sujeto “estructura”, su relación
al lenguaje y por tanto su psiquismo, y su mundo. Al mismo tiempo la transferencia
permite escenificar la manera en que el paciente o analizante siente, ama u
odia, la forma en que encuentra su satisfacción y a la vez su modo singular de
padecer, lo que podemos homologar, no sin reduccionismos, a lo que se conoce en
la jerga propia de esta escuela como “goce” es decir aquella satisfacción que al
mismo tiempo es experimentada por el yo como displacer, como “un penar de más”. Se trata de
una satisfacción que la persona no vive como tal, sino como sufrimiento. Esto
implica en la práctica una escucha particular por parte del analista que busca
revelar la elección inconsciente del sujeto en cuanto a su modalidad de goce, en
términos más precisos la manera en que el sujeto encuentra su satisfacción
pulsional.
Lacan dirá: “el psicoanálisis tampoco es una fe y no me
gusta llamarlo ciencia, digamos que es una práctica y que se ocupa de lo que no
anda bien”. Así, esta práctica a lo
largo del recorrido, no solo se ocupará del tratamiento de los síntomas y del
consiguiente alivio subjetivo, sino que también un análisis permite ir revelando
la posición singular en que cada uno se ubica con respecto al mundo. Vale decir
en la forma en cómo cada uno se subjetiva y encuentra su lugar, un lugar al que
llega, muchas veces no sin padecer.
Este lugar, esta
posición, implica una suerte de “filtro” a través del cual cada uno comprende y
se interpreta a sí mismo, a su experiencia y su relación con los otros y el
mundo, lo cual de cierta forma va
trazando el propio destino.
El desvelamiento de
estas particularidades posibilitan advertirse, darse cuenta de dichas maneras, de
los lugares recurrentes en lo que uno se ubica, de la “tendencia” a ubicarse de
tal o cual forma singular y en consecuencia valorar, sentir y significar la
experiencia vital y sus vicisitudes. Esta advertimiento implica la posibilidad de
elegir o reelegir el modo de posicionarse frente a estas modalidades y la
contingencia misma que implica el vivir, lo cual se traduce como cambio de
posición subjetiva.
De tal manera, este
proceso alumbra así a una forma inédita y singularísima de saber hacer con el
propio deseo, con el placer y también con el padecer y en este último caso,
acotándolo al mismo tiempo que articulándolo con maneras más creativas y novedosas.
Lo cual implica una responsabilidad más cabal, que inscribe un mayor grado de bienestar
y satisfacción personal augurando un sujeto ético, es decir un sujeto que deja
de echar culpas y comprende su responsabilidad en lo que le pasa,
responsabilidad que al mismo tiempo le devuelve el poder o la capacidad para
operar transformaciones, posibilitando umbrales desiderativos y experienciales
más plenos y satisfactorios.
Como podemos observar
a lo largo de esta apretada síntesis, se
hace necesario evitar el apresuramiento y la excesiva simplificación colocando
a estas disciplinas mencionadas en un pie de igualdad ya que, como vimos, sus
fundamentos, su marco epistemológico, su objeto de estudio y su práctica son
diferentes. De hacerlo se corre el riesgo, no solo de pervertir lo fundamental
de cada práctica, sino lo que es más grave, pensar que se ocupan de la misma
cosa y alguien que necesite ayuda psicológica, no solo no encuentre el adecuado
contexto para su tratamiento, sino que se expone a la iatrogenia, es decir a
perjudicarse con aquello que se supone tiene el objeto de “ayudarlo”.
Lic. Gonzalo Grande
Psicólogo
Coach ontológico Certificado